Universidad Nacional de San Juan
La Imagen Pensativa

BARBIJOS Y OTROS ROSTROS EN LA CIUDAD

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Por La Imagen Pensativa  - 25 febrero, 2021

El proyecto Rostro-Otro, surgido en el repentino contexto de pandemia global, dejó inaugurada una intervención en el espacio urbano bajo el formato de proyección audiovisual. La propuesta tuvo que ver con trabajar a partir de los retratos de los nuevos rostros semicubiertos que transitan en la ciudad y conforman un nuevo paisaje urbano con pautas propias de interacción social: rostros con tapabocas, cuerpos distanciados y prácticas cotidianas desplazadas.

La intervención consistió en una proyección audiovisual de 5 minutos, expuesta en forma de secuencia continua donde, al ritmo del paso de retratos de rostros semicubiertos por tapabocas, se escuchaba el relato de una voz en off. La intervención se ejecutó desde el 18 de diciembre de 2020 en la entrada principal del Museo Provincial de Bellas Artes Franklin Rawson (San Juan, Argentina). La intervención fue coordinada y dirigida por Virginia Moreno en colaboración con Pamela Castañeda. La realización audiovisual estuvo a cargo de Marcos Agüero y el texto relatado pertenece a Sofia Lis Llopiz. Marco Mallamaci colaboró en los esquemas conceptuales del proyecto. A continuación, compartimos el texto de Sofia Lis Llopiz y algunas imágenes urbanas del registro de la intervención.

DIME QUÉ BARBIJO LLEVAS Y TE DIRÉ QUIÉN ERES

por Sofia Lis Llopiz

Surgió entonces una nueva forma de prejuicio. Cambiaron de estrategia las marcas de dentífricos. La puntuación no podía hacerse por calidades de sonrisa, porque ya no se veían las sonrisas ¿Y qué es la sonrisa? Se preguntaron algunos. Si hay quienes sonríen por los ojos. Entonces quienes sonríen por los ojos sonrieron últimos; sonrieron mejor ¡Qué ironía! Tanto tiempo cuidando las teclas bajo la nariz, pensando que de esa forma, como los simios (y no como los perros), se hacen mejor los amigos. 

Surgió entonces una nueva forma de complicidad. Una atracción fatal entre quienes usaban un mismo tipo de barbijo, o bien todo lo contrario. Barbijos similares se miraban de reojo, barbijos diferentes también. Barbijos negros con ropas sobrias, botitas cortas, remera a rayas. Barbijos negros con marcas conocidas de buzos sueltos, sacos y blusas de vestir. Barbijos negros para disimular las manchas. Barbijos blancos como la ley lo indica, barbijos blancos por ser fáciles de conseguir, barbijos blancos: los primeros en salir. Barbijos hechos a mano, por madres, por padres, por tíos y abuelas. Barbijos sofisticados. Barbijos con flores. Barbijos enormes. Barbijos corte «es lo que hay y no te quejes«. Y bufandas.

Bufandas que empezaron a hablarnos del olvido (que alguien más traduciría como brutal descuido, incluso como desafío). Bufandas como símbolos arcanos de disimulo, de pena, de senilidad, de juventud descarriada, de «avivada» o de «viveza». Bufandas hablándonos de apuro y de vergüenza. Bufandas que nunca dicen lo que en realidad no quisieron decir cuando se enroscaron a nuestro cuello. 

Es acaso el barbijo una nueva lengua. A falta de escupirnos en la cara, nació un idioma simplista y textil, un nuevo grito de la moda. Barbijos que estilizaban los rasgos. Barbijos que hacían más joven. Barbijos adaptados a tu tipo de rostro. Barbijos que hacían pómulos, o que reforzaban la mandíbula. Barbijos para resaltar las miradas (que recordemos: era todo lo que quedaba en aquel viejo arte de la seducción aprendida). Barbijos para niñas vírgenes. Barbijos para mujeres maduras. Barbijos para rollingas. Barbijos intervenidos para hacerle la contra a los barbijos que venían de fábrica y nada más.

Y hubo amores de barbijo. Y hubo porno con barbijos. Y hubo amistades banales por barbijos. Y hubo encuentros fortuitos «en barbijo». Y hubo quienes no quisieron usar nunca un barbijo, pero lo tuvieron que usar igual. Y hubo agujeros de vicio en los barbijos. Y hubo incendios de barbijos. Y hubo poetizas mediocres preguntándose a dónde van a parar todos los barbijos, y hubo miríadas de bocas hablando demasiado sobre la raíz etimológica compartida entre barbitúrico, Barbie y barbijos. 

Y al final, como al principio, se colgó en la percha de los mil y un recuerdos absurdos de la Humanidad. Y se fueron olvidando las razones por las cuales aquellas relaciones íntimas nacidas en los tiempos de rostros semi ocultos fueron cambiando progresiva, indefectible y silenciosamente como una luna creciente antes de develar su completa, llena y radiante identidad.